Presentación

" Sólo recuerdo la emoción de las cosas,
y se me olvida lo demás,
muchas son las lagunas de mi memoria"


Antonio Machado

martes, 19 de octubre de 2010

Sierras del Urbión y Cebollera: "las montañas tranquilas"


Cansado, con los músculos tetanizados por el esfuerzo y una importante carga de frustración, me senté en el suelo. Aquellas vías que encadenaba alegremente no hace mucho, hoy, no se dejaban hacer, los muros llenos de "presas" se habían vuelto lisos e inexpunables, Newton y su maldita ley de la gravedad me estaban jugando una mala pasada.

Durante unos minutos estuve observando como una "salamandra" jugueteaba, sin esfuerzo, en los mismos lugares de los que había sido expulsado. Se detuvo un instante, pareció que me miraba, en ese momento no pude evitar sentir envidia al ver como dominaba ese reino vertical. Después me fui, pensando en mi derrota y en como podía sacarle partido para consolidar futuros éxitos. Nada podía hacer, salvo reconocer que ese no era mi momento.

Pasados unos días, de nuevo estaba en el monte. Esta vez había decidido hacer algo sencillo, sin ninguna complicación, que sirviera para relajarme y al mismo tiempo para reponer energías. Elegí ese lugar que hace ya mucho tiempo descubrí y que para mi es sinónimo de soledad y calma, la Sierra del Urbión.

Ese día no había madrugado mucho, y a pesar de la baja temperatura y del viento reinante, la mañana no resultaba desagradable. Despacio, salí del coche, saqué los esquíes de la funda, pegué las pieles de foca, coloque las cuchillas, me calce las botas y cargué la mochila. Después inspiré profundamente con el fin de relajar el cuerpo y entrar cuanto antes en ese estado de trance que permite progresar y al mismo tiempo dejar la mente en blanco.

Comencé en el Puerto de Santa Inés, junto a una pequeña estación de esquí. Dudé, al principio , bien en ir hacia la izquierda por el cordal de Santa Inés hasta la cima del Urbión, o a la derecha en busca de las cumbres de Peña Buey, Peña Negra y Castillo de Vinuesa. La segunda opción me convenció puesto que el primer recorrido ya lo conocía.

Los primeros metros discurrieron por la nieve compactada de la única pista de esqui de la estación. Poco a poco fui ganando altura, suavemente, sin esfuerzo, y así sin tan apenas darme cuenta me encontré junto al vértice geodésico que marca la cumbre de Peña Buey (2029 mts.). Desde aquí, giré hacia el norte y oriente los esquíes hacia Peña Negra (2025 mts.), tracé mentalmente el recorrido a través de unas amplias lomas salpicadas de pinos que blanqueaban por el hielo de sus hojas, y me dirigí hacia la segunda cumbre. No mucho tiempo después estaba en la cima contemplando la belleza de los valles castellanos y riojanos que la sierra separa.

Ahora tocaba cambiar de dirección, hacia el sur, para realizar la última etapa del camino, el Castillo de Vinuesa (2087 mts.). Como la morfología del terreno seguía siendo la misma (suaves pendientes salpicadas de pinos y un "cordal" ancho y sin riesgo aparente) decidí ir despacio, contemplando detenidamente el paisaje, había tiempo y sobre todo quería disfrutar. Fue un acierto, como en un sueño llegué hasta la última pala de nieve, esta me devolvió a la realidad ya que me exigió un poco de esfuerzo para llegar a la arista cimera, desde la que, ya sin tablas, subí a la cumbre.

El descenso, entre pinos, me condujo rápidamente hasta el punto de partida de la excursión, donde algún que otro esquiador debutante se sorprendió, al ver como un tipo raro descendía a través del bosque con una extraña sonrisa de felicidad.

Después de tres horas y media de actividad y ya sentado el bar de la estación de esquí (disfrutando de un buen caldo y unos torreznos), volví a pensar en aquella "salamandra" que tan graciosamente jugaba con el abismo, preguntándome cual sería su secreto. Quizá no lo averigüe nunca, pero me gustaría volver a encontrarme con ella.

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